¿Pero qué nos destroza?... La opresión, La injusticia, el abuso, el poder, la violencia, el lucro, la ignorancia, el fundamentalismo,... Y las más cotidianas, como el engaño, el desamor, la prepotencia, la envidia, la avaricia, la superficialidad, la inflexibilidad, la doblez,... Como veis son muchos, ¡legión!, los que amenazan la integridad y dignidad del ser humano cada día.
Pero hoy, tenemos una buena noticia. En este camino, a veces más duro de lo esperado, no estamos solos. Tenemos a quien acudir cuando la tormenta arrecia y parece que no hay salida. Jesús de Nazaret nos recuerda (Mc 5,1-20), que no hay herida que no pueda curarse, ni peso del que no podamos desprendernos, ni cadena que no podamos romper.
Que necesario, diría mejor urgente, entrar en las dinámicas reparadoras de Jesús: la del encuentro, la de la escucha atenta, la de pararse en el camino, la de saber preguntar, la de conectar con lo que necesitas,...
Dinámicas reparadoras que hacen posible dejar de lado todo lo que nos aprisiona y no nos deja ser nosotros mismos. Basta con acercarse, dejarse, confiar en que es posible... Y cuando uno menos lo espera, nos encontramos esas personas, que al estilo de Jesús, son capaces de ofrecernos ese abrazo inesperado, esta o aquella palabra oportuna, o quizá aquel gesto a tiempo...
No estamos solos, ¡animo!, son muchos quienes cada día reparan lo humano, devolviendo discretamente esa dignidad en gestos anónimos de amor, como ese ejercicio cotidiano de compasión que nos hace vivir entrelazados, con quienes nos encuentran en el camino cada día. ¡Una gozada!
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