En nuestra vida comunitaria nos queda claro que no somos perfectos, que cometemos errores, y además, se pone en evidencia nuestra fragilidad y pobreza, ....Pero cuando un grupo de hombres y mujeres se reúnen en nombre de un tal Jesús de Nazaret, se opera un milagro difícil de explicar: La fraternidad.
Cuando el estilo de Jesús centra nuestras relaciones, las distancias se acortan, los conflictos se afrontan, las ofensas se perdonan, el amor se hace servicio. Es toda una experiencia de descentramiento, donde descubrimos que la vida del otro nos importa, especialmente la del más débil... y surge un grupo de auténticos amigos de Jesús.
Este grupo humano, sin buscarlo, se convierte en un ámbito de vida que entusiasma e ilusiona. Se convierte en un referente capaz de ser testigos de Aquel, que nos convoca cada día a humanizar el mundo que nos rodea.
Son muchas las dificultades. Pudiera parecer que ir a mi bola, preocupándome de mi mismo, enganche más. O quizás centrarme en acumular, en esta sociedad de consumo, lo tenga más fácil. Pero en el fondo, sabemos que es un espejismo. Nuestro interior quiere más, mucho más;quiere plenitud.
Fuera de la experiencia de la fraternidad, de la comunidad, es difícil descubrir esa plenitud que celebramos en estos días de Pascua.
Una propuesta para este tiempo de Pascua, es posibilitar auténticas experiencias de fraternidad, que nuestras comunidades se conviertan en ámbitos de vida, porque son capaces de revivir los mismos gestos de Jesús. Es entonces, cuando somos capaces de reconocer la Vida que se nos regala, y que somos capaces de compartir.
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