miércoles, 16 de marzo de 2011

DAR OPORTUNIDAD A LA ESPERANZA

Ante desastres de tal magnitud, no podemos menos que experimentar nuestra propia fragilidad y sentir la impotencia de tantas víctimas desbordadas por este desastre de la naturaleza caprichosa. Un hecho así, nos conmociona y nos plantea preguntas, que cuestionan nuestra rutina  y rompen esa aparente normalidad con la que nos movemos todos los días. ¿Qué pasaría  si fuera en mi ciudad?, ¿A qué doy importancia en mi vida? ¿En qué/quién me apoyo?, ¿Se podía haber evitado?, ¿Y Dios? ¿Dónde está Dios?... y otras muchas preguntas que te pueden surgir... todas ellas legítimas y que nos pueden, ¡o no!, ayudar a enfrentarnos a un acontecimiento que nos desborda.
Ahora más que nunca, y por respeto a quienes sufren la tragedia, es necesario evitar las visiones apocalípticas, amenazadoras y simplonas que responsabilizan de tales desastres a un dios que juega con los hombres y nos castiga por sus excesos. 
Nuestro Dios, es el Dios de las oportunidades. Que cuenta con nosotros una y otra vez. Que despierta la com-pasión en nosotros y nos impulsa a pasar por el mundo ofreciendo esa mano a quien la necesita. Ese Dios que acompaña al pueblo japonés que sufre, como hay tantos otros ,¡ por desgracia!, en nuestro planeta.
Un Dios que no se cansa de despertarnos de nuestro letargo cómodo, que en ocasiones nos encierra en una visión simple de la vida:" ¡total!, yo no puedo hacer nada " "está muy lejos de aquí",...
Demos una oportunidad a la esperanza, supone confiar en lo que podemos ofrecer cada uno, más allá de nuestras limitaciones, y buscar esas formas de hacernos presente, de acompañar y de estar dispuestos a padecer-com aquellos que sufren las desdichas de cada día. Este es el mejor camino para curar las heridas y  vencer ese tabú del sufrimiento, que forma parte de la vida, y que no nos anula como personas. 
Esta noche un recuerdo a todos quienes sufren las el abandono, la pérdida de seres queridos, el desarraigo, la violencia de la naturaleza, o de los intereses egoísta. A ellos recordarles, que son los preferidos de un Padre que sufre con ellos y los acompaña.

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