domingo, 11 de septiembre de 2011

APRENDIENDO DEL PERDÓN

La experiencia del perdón, no solo es posible, sino necesaria. ¿Quién en su sano juicio puede vivir en el odio permanente? El odio nos corroe por dentro, nos va anulando la capacidad de amar y de dejarnos amar, nos endurece.
¿Cuántas veces perdonar? Poner número a un acto tan cotidiano es difícil. ¿Cuántas veces hablar,  o leer, o...? Perdonar forma parte de nuestra vida cotidiana. Somos seres frágiles y limitados, y nuestra propia inconsistencia provoca en múltiples ocasiones y con diferentes grados, daños a los seres que queremos. ¿Cómo no perdonar?
Envueltos en miles de situaciones en las que hemos perdonado o hemos sido perdonados, me sorprendo a mi mismo lo torpes que somos y lo que nos cuesta aprender de las experiencias de perdón.
Del Evangelio de hoy (Mat18,21-35), quiero compartir con vosotros una clave del perdón, que me resulta vital. La necesidad que tenemos el ser humano de aprender a acoger el perdón como un don, como un regalo cargado de gratuidad y compasión, que nos abre a nuevas oportunidades. Si no somos capaces hacerlo, seremos igual de desdichados y miserables, que el siervo de nuestra parábola.
¿Cómo aprender del perdón?
1. Sé que nos puede parecer pasado de moda, pero es imprescindible. Necesitamos ser responsables de nuestros actos, reconocer y aceptar los daños que causamos a nuestros semejantes. Esto hoy, en nuestra cultura, no es tan obvio. Bien por una mentalidad práctica (el que rompe paga, solo si me pillan) o por un relativismo desgastado (que no es que se busque retorcer o flexibilizar la norma, sino simplemente solo vale la mía), uno no es capaz de dar la cara por sus propios actos ni ante si mismo. 
La culpa es esa palabra que la hemos desterrado de nuestro diccionario particular, por toda la carga moralizante que tuvo en otra época. Hoy es necesaria recuperarla, porque la culpa bien entendida, nos recuerda que solo debemos sentirnos culpables de aquello que somos responsables. En alguna ocasión nos han podido perdonar por algo, que o bien no aceptamos, o que no somos conscientes del daño causado. Es precisamente, en esos momentos, cuando ni valoramos, ni acogemos el perdón. Con un doble riesgo, volver a cometer el mismo daño y perder una oportunidad de crecimiento vital.
2. Si hemos sido capaces de asumir la propia culpa, de sentirnos responsables de nuestros actos y de los daños causados con ellos, acoger el perdón es tal gozo, que uno no puedo menos que celebrarlo y agradecerlo. Esta experiencia puede despertar en nosotros el deseo de ser tan condescendiente y gratuito como lo fueron uno. Recuperamos la fe en las personas, la necesidad que tenemos de nuevas oportunidades, como concreción de ese amor de Dios, que nos regala incondicionalmente en su hijo Jesús.
Cuando nos cuesta perdonar, es porque nos volvemos unos desmemoriados, olvidándonos de tantas ocasiones donde fuimos nosotros los perdonados. Se nos olvida nuestra propia fragilidad, y que en otros momentos en el camino de la vida, fueron otros los que pisaron los cascos rotos que fuimos dejando.
No perdamos la oportunidad de crecimiento que nos ofrece la experiencia del perdón y abrámonos a la gratuidad y la compasión, que en ella se nos regala. Gracias y buena semana.

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