Entonces, puede cambiar el orden las cosas. Uno, casi sin darse cuenta, deja de centrarse en sus intereses y empieza a pensar en sus semejantes. Llegando a un gran descubrimiento: "Yo no soy el centro del universo y todo no tiene porqué girar en torno a mí". Y empezamos a lanzar una mirada al mundo algo diferente. Nace esa preocupación por quienes me rodean, detectando con esa mirada necesidades ajenas más apremiantes que las mías.
Y surge una preocupación en ese momento, que uno descubre que lo que uno tiene, disfruta, e incluso despilfarra, es una, no la única, de las causas de esas necesidades tan apremiantes de mis semejantes. Sin darme cuenta hasta ahora, participaba en el gran circo de la desigualdad, agravada con la ya consabida crisis. Pero esta llamada a recuperar lo humano del evangelio de hoy, nos abre la puerta para ejercer:
- Esa responsabilidad por generar espacios más solidarios, que nos impulse a entrelazarnos, a comprometernos por mejorar y aportar algo distinto, alternativo.
- Esos gestos que alienten y animen, a quienes más lo necesitan, haciendo visible que es posible.
- Esas acciones que alivien y les hagan descubrir a nuestros semejantes, que Dios nunca abandona
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