En ocasiones podemos llegar a pensar que la vida se nos esconde, que hay situaciones que no podemos superar, que hay heridas que no se pueden curar, que la noche se nos hace demasiado larga, y demasiado oscura... ¡Vamos!, que no hay salida ni solución, solo pensar esta idea nos aterra. En vez de aprender a caminar "a tientas", nos conformamos con las migajas de aquello que podamos ver y tocar. En vez de aventurarnos a ir más allá de nuestras "fronteras" (las que nosotros mismos nos autoimponemos), preferimos las seguridades de nuestras respuestas estrechas, que siempre se quedan cortas (¡y lo sabemos!) y nos convencemos de que nada será igual, que nunca será lo mismo, esto es irrecuperable, o ya no queda nada por hacer ...
Pero la Vida se esconde entre nuestras heridas. Nos es necesario lanzar una mirada más confiada a nuestra propia existencia, debemos concedernos esos espacios para creer en nosotros mismos, en los demás, y en Dios. Espacios y tiempos para aceptar nuestra propia historia con sus contradicciones, con sus aciertos y errores, con sus presencias y sus ausencias, que a veces nos dejan un vacío que pensamos que nadie podrá llenar...
Una mirada así, confiada y serena, es capaz de devolvernos esa paz que necesitamos para reconocer lo que se nos regala en nuestro día a día: esa amistad inesperada, ese gesto entrañable, o ese favor oportuno. Una mirada así, nos impulsa a ver la botella medio llena, y a tener paciencia, reconociendo lo que falta sin quejas ni lamentos. Una paciencia entendida como esa capacidad de acoger las cosas como vienen, sabiendo aportar lo que uno realmente puede ofrecer.
¿Cómo es posible esto? El amor desinteresado lo hace posible. Esas personas capaces de ir más allá, superando todas las fronteras del individualismo y la conformidad, las que logran hacer gestos cotidianos que despiertan esa confianza. Quienes superan su propio cansancio para dedicar su tiempo a quienes lo necesitan, quienes ofrecen una palabra o un silencio oportuno, quienes acompañan en el camino sin condiciones, quienes regalan una mirada amable cuando la tensión se masca en el ambiente, o quienes perdonan sabiendo que no será la última,... Son ángeles anónimos, que muy cerca de nosotros, nos susurran que nuestras historias, la tuya y la mía, están preñadas de Vida, y que somos seres habitados por un Amor más grande que cualquiera de nuestras heridas.
En este tiempo de Pascua, es clave recordarnos, que el amor nos amplia la mirada, nos levanta la cabeza, recordándonos que no solo tenemos ombligo, y nos descubre que ofreciendo lo mejor de cada uno, somos capaces, no solo de sanar otras heridas ajenas, sino de aliviar las propias. ¡Feliz Pascua y gracias!
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