Una mirada desde los últimos, desde los que no cuentan, hace que todo se vea distinto:
Los derechos están difuminados, ¡hay que ganárselos!
Las oportunidades son para otros, para quienes pueden pagárselas.
Los espacios son exclusivos, reservados, donde no pintan nada, y solo consiguen llamar la atención.
El trato diferenciado, guiado por las apariencias y los prejuicios.
Sus sentimientos son minimizados, casi olvidados. No importa ser ninguneados, ¡algo habremos hecho para merecer esto!
Es una mirada pobre y empequeñecedora. Desde los últimos nadie quiere vivir.
Otra mirada es posible. Aquella que nos recuerda:
Que los derechos son de todos, y en éstos, hacemos viable una vida digna para todos.
Que las oportunidades pertenecen a quienes creen en ellas, a quienes confían en sus posibilidades y se atreven a soñar en alto.
Que los espacios son puntos de encuentro y de intercambio. Son esos lugares de aprendizaje y conocimiento mutuo, donde no somos "usuarios" sino protagonistas: desmontando etiquetas y superando barreras.
Que el trato lo aprendemos de ese Buen Dios, que nos hace hijos y hermanos. Ese estilo gratuito y misericordioso, que pone el bien común por encima de los intereses partidista y especuladores. Ese trato que nos hace personas plenas.
Y finalmente, que los sentimientos son ese reflejo de corazón, de lo que llevamos dentro. Nos recuerdan como nos afectan las cosas, las personas ... y nos animan a amar y dejarnos amar, como la única dinámica vital capaz de aportar novedad cada día.
Sin duda alguna estamos necesitados de otra mirada, distinta, atrevida, capaz de reconocer en los pequeños, en los últimos, esa presencia callada de Dios. Quizá este descubrimiento esté reservado a quienes apuestan por un estilo solidario de relaciones. Gracias.
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