¡Cuánto nos gusta tenerlo todo controlado!, que el viento sople a favor, que todo cuadre, que las cosas salgan como uno quiere, que mi amigo del alma nunca falle,... Pero el amigo falla, en ocasiones hemos de ir contracorriente, aunque el miedo asome, y en muchas ocasiones hemos de adaptarnos y flexibilizar nuestra postura, pues lo que está en juego es más importante que tener razón o una buena idea.
Vivir en verdad, nos abre la puerta a la experiencia de fiarnos ante la vida, como una actitud vital. Por un lado nos permite relativizar, pues sabemos de nuestra propia limitación y fragilidad, ¡cuántas veces hemos fallado a la gente que queremos! Y por otro lado, nos ayuda a profundizar, a ver más allá de nuestros intereses y expectativas.
La experiencia de la confianza no depende de los resultados, ni de las evidencias, sino de esa decidida decisión de fiarme de ti, aunque no te conozca, pues soy consciente de mi propia limitación y me siento acogido en toda mi fragilidad.
Fiarnos de quien no lo espera, despierta en él una experiencia desconcertante, y a la vez, profundamente transformadora. Así opera nuestro Buen Padre Dios.
La confianza ante la vida, nos recobra la vista, una manera nueva de vernos y de ver el mundo que nos rodea. Esa puerta de entrada a descubrir en nuestra vida la presencia de Dios. ¡Ánimo! y feliz lunes.
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