Agotados de querer ofrecer constantemente nuestra mejor imagen, nuestro rostro más amable, nuestras mejores cualidades, ... tenemos la oportunidad de aceptar nuestra propia mediocridad, nuestros límites y fragilidades, que lejos de dejarnos en mal lugar, nos recuerda, primero a nosotros mismos, y luego, a los demás, que somos humanos.
Reconocernos imperfectos, nos abre a una relación más auténtica con los otros sin disimulos ni ocultamientos, ofreciéndonos con naturalidad, tal y como somos. Por otro lado, nos abre también a la acción Dios, de quien tenemos la certeza que nos acoge así, y no de otra manera, regalándonos un amor que no entiende de medidas. Cuando tenemos el atrevimiento de ser transparentes y aceptar nuestras fragilidades y nos dejamos querer así, logramos que brillen nuestras buenas obras, y sean luz y sal para quienes conviven con nosotros.
No hay que ser perfectos, simplemente estar dispuestos a ofrecer lo mejor de cada uno allá donde vayamos. Con sencillez, sin artificios ni arrogancia, conscientes de quienes somos: seres amados esféricamente, por todas partes. Buena semana y gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario