lunes, 14 de febrero de 2011

LA PASIÓN POR LOS PEQUEÑOS

“Cuando hago una instrucción a los esclavos, generalmente me hago escuchar; pero lo hago confundiéndome con ellos, tomando en alguna manera su condición, dándoles la libertad de exponerme lo que tengan que decirme, condescendiendo con su debilidad, tratándoles con mucha mansedumbre, llamándoles mis hermanos, mis amigos, diciéndoles que también ellos están hechos para el cielo, que son amigos de Dios, miembros de Jesucristo, que la Santísima Virgen es su madre, dándoles la mano, dejándoles abrazarme. Entonces quedan encantados, me miran con ojos tiernos, y una SONRISA DE AMISTAD aparece en sus labios. ¡Un rostro sereno y tranquilo muestra la dulzura de la palabra divina que desciende a sus corazones! ¡Querido Padre! ¡Qué dulce es esto para quien ama y se interesa con todas sus fuerzas por la gloria de Dios!” (Carta desde Guadalupe del H. Marcelino a Juan María de la Mennais en 1841)


Al acercarme a la experiencia de nuestros hermanos que nos precedieron en la fundación de las escuelas en las Antillas (Martinica, Guadalupe, San Pedro y Miquelón , Thaití) he sentido un orgullo especial por la apuesta tan valiente, decidida por dignificar, acompañar y liberar a los miles de esclavos que trabajaban en las plantaciones. Releer este fragmento de la carta del Hno. Marcelino en la que relata, con un lenguaje de otra época, como cuidaba los lazos, se hacía entender en su labor educadora, es para mi profundamente inspirador y de una actualidad rabiosa. 
Que como aquellos hermanos que nos precedieron, seamos capaces de estar al lado de quienes nadie quiere estar, dándolo todo, por liberar y dignificar a través de nuestra tarea educadora es el gran proyecto al que nos debemos mantener fieles.
Estos héroes anónimos, nuestros hermanos, lograron acompañar a miles de esclavos por ese duro camino hacia la libertad y la dignidad. Solo una ley Combes de expulsión del Gobierno Francés en 1903, logró cercenar una historia de servicio y entrega a los pueblos de las Antillas. No hay mal que por bien no venga, y esa misma ley supuso el paso de los hermanos a España. 
Me siento agradecido a mis hermanos misioneros, y animado a vivir cada día esa entrega en mi acción educadora, y a través de ella, hacerme hermano de cada uno de los jóvenes con los que comparto cada día. Gracias

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