sábado, 15 de septiembre de 2012

¿PORQUÉ SUFRIR?... ¿NUEVO TABÚ?

No nos gusta hablar del dolor, del sufrimiento ("tocamos madera") y apelamos a la suerte, ¡como si ella tuviera algo que ver! En nuestras sociedades que se han querido sustentar en el "bienestar" (deseado por todos, pero alcanzado por muy pocos...) hablar del dolor y del sufrimiento es como una especie de tabú, que nos minimiza y empequeñece nuestra existencia. En otras épocas era el sexo, Dios, o.... ¡a saber qué!,.... el caso es que el ser humano tenemos una gran habilidad en ocultar y ensombrecer todo aquello que no comprendemos, nos desborda, o no sabemos que hacer con ello.
Nadie quiere sufrir, pero a la vez, a lo largo de nuestra existencia tenemos la evidencia incontestable, que antes o después sufrimos. Lejos de enfrentarnos a ello como parte de nuestra existencia, optamos por no mirarle de frente, y hacemos todo tipo de equilibrios esquivos para sortear el sufrimiento, como si no fuera con nosotros. ¡Qué ilusos!... Sufrimos por amor, por fracasos y decepciones, por enfermedad, por limitaciones, por injusticias, por impotencia, por el deterioro, por pérdidas varias, y por la gran pérdida, nuestra "hermana muerte" (que decía S. Francisco).
Cuánto más esquivos somos con el sufrimiento, más nos incapacitamos para afrontarlo con sentido. Y para esto no hay edades. Sufre un niño cuando de forma inexplicable su abuelo ya no está, y sufre un joven cuando experimenta una gran decepción en la amistad, o siente el rechazo de quien antes era su pareja del alma... Peor que pasemos por estas experiencias, es no estemos capacitados para vivirlas y encajarlas, negándonos la oportunidad de  aprender poco a poco la complejidad de la vida. Tanto ocultamiento lo único que favorece es la aparición de tsunamis emocionales, que nos desarman ante estas experiencias, a las que debiéramos estar ya entrenados,  aunque no preparados, pues casi siempre nos pillan de sorpresa.
En la fiesta de hoy, Nuestra Señora de los Dolores (Jn19,25-29), una pista, un aprendizaje. Saber "estar de pie", permanecer junto al que sufre. Solo estar, sin decir nada. No hace falta mucho más, es más, en muchas ocasiones es mejor no decir nada. Aprender a acompañar y dejarse acompañar. Delicada tarea que nos acerca a realidad herida y frágil, propia y a la ajena, como si fuera (¡qué lo es!) tierra sagrada, descubriendo a un Dios que nunca nos deja solos. Un acercamiento profundo y respetuoso a cada uno,  donde debemos aprender a descalzarnos de nuestra autosuficiencia y prepotencia, y aprender solo a estar, sin dar rodeos esquivos, que solo nos dejan en lo superficial de la vida. Y ahí, en lo superficial de la vida, es difícil ser feliz.
Acompañar el sufrimiento, el dolor, nos descubre el potencial humano, y a la vez, humanizador que tenemos. Nos posibilita vivir toda nuestra existencia con su fragilidad y sus heridas, sin restarle un ápice de dignidad. Quizá sea mucho más duro descubrir que uno mismo es causa del sufrimiento ajeno y tengamos que apelar a la responsabilidad de aprender a reponer, en lo posible (que no siempre se puede), los daños causados... Pero esto es otro capítulo. Gracias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario