Es un camino estrecho para transitar, pero no imposible. El reproche nace de esa extraña convicción de tener razón, de estar seguros de que siempre actuamos con verdad, y de esa mirada miope que no nos deja percibir nuestras propias heridas, imperfecciones o errores, aunque éstos sean de bulto. El reproche nos cierra toda posibilidad a una mirada condescendiente a los demás, al mundo, incluso a uno mismo. Afincarnos en el reproche, a mi entender tiene tres consecuencias demoledoras: nos endurece el corazón, nos nubla el entendimiento y nos impide ver más allá de nuestras heridas... ¡Vamos!, por más vueltecitas que le doy al tema, no le veo ninguna ventaja a este asunto de apuntarse al reproche...
¿Qué alternativa nos queda? La del abrazo, así nos propone hoy el evangelio (Lc15, 1-32). Ahora bien, esta técnica es muy depurada, y aunque está al alcance de cualquiera, los pasos hay que conocerlos para logra el objetivo, un abrazo en condiciones...
Paso uno: Ver de lejos. Es decir, verlo venir, prestar atención mirar más allá de mis propias narices, intereses, incluso heridas. El amor propio es un gran enemigo a combatir en el aprendizaje de este primer paso. Este ver de lejos nos permite ir adquiriendo poco a poco esa mirada condescendiente hacia los demás y nos enseña a relativizar las formas, para aprender a ver el fondo de las personas y llegar a comprender e imaginar lo mal que lo puede estar pasando... Ver de lejos, ese estar pendiente, nos lleva a desear el encuentro con el otro...
Paso 2: Conmoverse. Paso delicado, implica dejarse afectar por el otro. Dejar que mis tripas hablen por mi, y sea capaz de ir más allá de mis razones y argumentos, que aunque sea muy buenos, igual no es el momento de exponerlos. Se trata de experimentar que nuestra capacidad de amar va más allá de argumentos, sucesos, ofensas, o... Conmoverse es esa opción de amar la fragilidad ajena, y moverme hacia él en gestos y palabras de acogida.
Paso 3: Echar a correr hacia el otro. Es la prueba del paso anterior. Es esa disposición inequívoca de tomar la iniciativa en la acogida incondicional de su fragilidad. Es la única forma de hacerle entender que le queremos como es, sin más, con sus miserias y grandezas.
Paso 4: Echarse al cuello. ¡Vamos!, lo que viene siendo abrazar con efusividad, con afecto... Un gesto profundamente sanador y que sienta bien a cualquiera, y más si está con déficit de abrazos.Es la expresión final de la acogida. Gesto de ternura que logra abrir el corazón del otro y esponjarlo. Sin decir nada, se dice todo. El tema de los besos, lo dejamos optativo y si la ocasión lo requiere.
Que decirles, sin duda alguna es mucho mejor y más sano abrazar que reprochar... Pero cada uno hemos de optar donde nos situamos y plantearnos cual de las dos nos aporta más como personas y nos conduce a la felicidad.
Mientras lo piensan, la parábola del hijo prodigo, nos impulsa a los abrazos, a dejarnos abrazar y a abrazar a quienes nos han herido en el camino de la vida. Todo un proceso esto de abrazar. ¡Ánimo y gracias!
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