domingo, 1 de septiembre de 2013

UN PASO A LA SENCILLEZ

Tan acostumbrados como estamos a que nos tengan en cuenta, nos pidan opinión, consejo o permiso,... Nos puede despistar y hacernos creer que lo nuestro es estar en primera fila. Queriendo hilar fino, tendríamos que ser honestos con nosotros mismos y reconocer sin vergüenza, que en ocasiones con nuestros "buenos actos" solo buscamos ser reconocidos y valorados. 
Una invitación del evangelio de hoy (Lc14, 1.7-14) a la sencillez. Superar todo artificio  y superficialidad, dejar atrás toda doblez  y engaño, y experimentar la sencillez como un estilo que puede aportarnos profundidad en lo que hacemos y nos permite estar más atento a todo lo que nos rodea.
Sencillez en nuestras relaciones, es decir, en la manera de estar y de situarnos con las personas. Situarnos de tal manera que nos permita darnos a conocer tal y como somos, y a la vez, valorarlas tal y como son. Esto solo es posible desde una escucha desinteresada y una amistad franca y gratuita, donde apreciamos a las personas no por lo que tienen, sino por quienes son. 
Sencillez en la manera de darnos. Sin prepotencia, ni ostentación, conscientes que la discreción es una forma esencial de respeto a la otra persona. La sencillez en la entrega pasa por esa disposición a ofrecer, no lo que nos sobra, sino a compartir lo que tenemos, considerando al otro, como uno más, como un hermano. Así evitamos todo asistencialismo estúpido, que nada tiene de evangelio.
Apostar por la sencillez, es una forma más de acercarnos a quienes están invitados a los primeros bancos: los pequeños y olvidados, los ninguneados y rechazados. Es en ellos, donde podemos reconocer el rostro de Jesucristo, y aprender que el amor tiene la última palabra.

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