Hay cosas complicadas, realmente difíciles y que están al alcance de muy pocos, por ejemplo ir a la luna. Pero cuando vamos a las cosas que realmente son importantes, cuando nos centramos en lo esencial, las cosas suelen simplificarse, se hacen sencillas. Incluso en las situaciones difíciles, se hace más evidente la necesidad de la sencillez en nuestras palabras y en nuestros gestos.
Es precisamente en las situaciones más difíciles, donde más podemos ofrecer y donde más podemos humanizar. Con un silencio que acompaña, una mirada afectuosa, una mano en el hombro, o sencillamente un abrazo gratis, tan inesperado como urgente.
Estamos en una sociedad donde se necesita "expertos en curar heridas". En hombres y mujeres, que al estilo de Jesús de Nazaret, salgamos a nuestras calles y plazas a ofrecer esas palabras y gestos oportunos capaces de rehacer relaciones, dignificar a las personas, liberar de miedos, y superar, de la mano, obstáculos que uno creía insalvables.
Una invitación del evangelio del domingo a "ser compasivos como nuestro Padre es compasivo" ¿Cómo? Hagámoslo sencillo, desde tres invitaciones:
1. Salgamos de nosotros mismos, miremos más allá de nuestras preocupaciones y agobios. Así podremos conectar con la realidad de quienes a nuestro lado sufren mucho más que nosotros, y no saben que hacer con sus heridas. Salgamos al encuentro del otro, compartiendo nuestro tiempo, nuestro silencio, nuestra presencia, ... Descentrarnos nos humaniza y nos ayuda a vivir con más profundidad la vida.
2. Promovamos gestos que fomenten las relaciones más humanas. Gestos inclusivos, de acogida,de diálogo y escucha, gestos que dignifiquen. Pues son profundamente sanadores. Tenemos de quien aprenderlos, el Evangelio están plagados de ellos.
3. Ahora bien, si algo nos hace bien compasivos es abrazar. Eso sí que está a nuestro alcance. Abrazar la realidad sufriente que nos rodea. Los grandes conflictos olvidados: en Siria, Irak, o en la África ninguneada por gobiernos y medios de comunicación (Sudán del Sur, Mali, y tantos otros...) Hemos de abrir los ojos y el corazón para, al menos empatizar y poner nombre, hacer memoria de las víctimas inocentes y denunciar tanta indiferencia que nos deshumaniza.
Y también abrazar a quien tenemos al lado sea conocido o desconocido, ¡son tantos los que sufren en silencio! Hemos de practicar con más frecuencia ese ejercicio de aproximación humana que es el abrazo, que libera, acompaña, consuela, y tiene un mensaje definitivo: "Tú me importas". Así quiere ser el abrazo de Dios cada día al ser humano, especialmente con el más olvidado y menos cuenta.
Necesitamos promover juntos, creyentes y gente de bien, una cultura del abrazo que alivie la heridas de tanta violencia e indiferencia que amenaza y tanto hace sufrir. De este modo lograremos hacer la vida más fácil y feliz a nuestros semejantes. Estamos a tiempo, y hay muchas cosas que podemos hacer que están a nuestro alcance. Así pues, ayudémonos a ser compasivos, como nuestro Padre es compasivo. Gracias.
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