En mis veintisiete años como educador menesiano he ido constatando poco a poco una realidad, que para mi hoy muy evidente. ¡Cuántos jóvenes sufren en silencio! Están a nuestro lado y no nos enteramos. Se piensan que están solos, que no tienen a nadie en quien confiar y poder compartir sus heridas. Además se acostumbran a disimular esperando que nadie pregunte y note su volcán interior.
Muchos se sienten atrapados entre la tristeza que les ata al peso de su pasado que no saben que hacer con él; y sus miedos (irracionales) que les paraliza, adelantando consecuencias que todavía no han pasado. Y así, entre miedos y tristezas (pasado y furturo) uno se encuentra que el presente se le escapa como el agua entre los dedos.
Superar estas "dolencias interiores" nos abren las puertas a vivir nuestro presente con más sentido y plenitud.
El miedo tiene muchas caras, la duda, la desconfianza, el deseo de huida y desaparecer (¡que nos dejen en paz!),... No dejándonos afrontar el presente con audacia y creatividad. Frente al miedo necesitamos estimular en nosotros la actitud de confianza. Hemos de cultivar la confianza en nosotros mismos, en los demás y en Dios, que nos acoge tal y como somos sin imponernos ningún patrón de perfección. Él nos quiere esféricamente, por todas partes, por la parte bonita, y por nuestras zonas de sombras. Acoger su amor incondicional es una forma de hacer crecer la confianza en la vida. Puesto que yo soy frágil y fallo a quienes están a mi lado, y aún así, soy querido gratuitamente, puedo confiar en quienes me fallan, sin necesidad de escandalizarme por ello. Su Amor nos abre a una confianza gratuita que no pide pruebas, y nos aporta libertad frente a los miedos que nos acechan. Frente a los miedos, confía.
La tristeza tiene una cara desconocida para algunos, que es la rabia. Ambas nos encierran en nuestro pasado sin saber que hacer con él. En tantas ocasiones nos limitamos a guardar y aguantar no más, como si tuviéramos un fondo interminable. Pero la realidad es bien distinta. Tenemos límites, y si no los respetamos acabamos reventando por algún lado inesperado. Nuestro primer acto de conciencia es identificar todo aquello que hacemos cuando estamos tristes y sabemos que no sirve, pues no reduce, ni hace desaparecer la tristeza. ¡Y dejar de hacerlo!
Frente a la tristeza y la rabia, acepta. Cuando estamos tristes o sentimos rabia la pregunta adecuada sería: ¿Qué tengo que aceptar? La actitud de aceptación nos introduce en nuestro presente, nos permite el derecho de aprender de nuestros errores, acoger nuestro límites y a querernos tal y como somos. En Jesús de Nazaret descubrimos una relaciones de absoluta acogida de la debilidad y fragilidad humana. Su estilo impulsa la aceptación de nuestra propia realidad sin escándalo ni culpabilidad. Es la aceptación incondicional la que impulsa en cada uno de nosotros el deseo de más y mejor.
La confianza y la aceptación es la que nos enraiza en nuestro presente y nos permite vivir con más sentido y plenitud lo cotidiano. Es precisamente así como descubrimos que no estamos solos, que el buen Dios nos regala en el día a día, personas, experiencias que nos descubren que somos seres habitados por su Amor.
Acojamos la llamada cotidiana de acompañar, de hacernos hermanos de quienes menos lo esperan y más lo necesitan, de cultivar esas relaciones que sean sanadoras y fomenten la aceptación y confianza a todos los que comparten camino con nosotros. Gracias y buena semana.
Acojamos la llamada cotidiana de acompañar, de hacernos hermanos de quienes menos lo esperan y más lo necesitan, de cultivar esas relaciones que sean sanadoras y fomenten la aceptación y confianza a todos los que comparten camino con nosotros. Gracias y buena semana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario