Cuando menos lo esperas, cuando todo apunta a que no es posible, cuando el corazón se encoge con lo que uno escucha, cuando uno aguanta las ganas de llorar con lo compartido por ese joven que sufre harto en silencio... Es entonces cuando te sorprende y asoman esas semillas de bondad en esas vidas compartidas, que me da una lección de paciencia, de resiliencia y de gratuidad,... En esa lucha por salir adelante, por sobrevivir hay quienes casi sin darse cuenta ofrecen una semillas de auténtica bondad: gestos, actitudes, acciones, que evidencian lo hermoso y bello que llevan dentro cada uno de esos jóvenes.
Me emocionan y despiertan en mi la confianza en la propia fragilidad de la vida. Uno descubre como Dios nos acompaña en la noche y nos hace fuertes en la debilidad.
Acompañar, hacer camino con tantos jóvenes, acoger tantas vidas compartidas, me hace descubrirme pequeño, vulnerable con ellos, y a la vez, me sorprendo aprendiendo de búsquedas, de deseos profundos, de las ganas de vivir con sentido, y no solo sobrevivir.
Con razón Juan María de la Mennais, hablaba a los hermanos de la Escuela como Templo... En cada niño y joven, Dios se nos regala. Cuando finaliza cada encuentro personal con un joven, se reaviva en mi esa "zarza ardiente" misteriosa que no se apaga, y despierta en mi el deseo de renovar mi compromiso de hacerme hermanos de cada joven que más lo necesita, y menos lo espera.
Sus luchas, sus búsquedas, sus errores y fragilidades, despiertan en mi un profundo respeto, y me ayuda a descubrir esas semillas de bondad que llevan dentro. Por cada unos de estos jóvenes, por los que están por llegar... ¡Gracias!
Sigamos tejiendo lazos, y generemos una cultura del encuentro, que nos permita descubrirnos acompañados y profundamente amados, tal y como somos.
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