sábado, 13 de noviembre de 2010

LA ABUNDANCIA NOS MATA

Por raro que nos parezca, disponer de todo, tener cubiertas todas nuestras necesidades por encima de lo que realmente es necesario, no nos hace ni más generosos, ni más desprendidos, ni siquiera más agradecidos.
Esta dinámica nos lleva a querer más, desear más, incluso exigir más. Nos hace personas más desconfiadas y egocéntricas, haciendo de las necesidades más superfluas el caballo de batalla de todos los días.
La abundancia ahoga nuestro interior, no deja espacio para salir de mi mismo, para acoger al otro, para verme a mi mismo con algo de perspectiva. Esta abundancia nos atrofia la percepción de la realidad, nuestra capacidad de autocrítica, de profundizar en mi mismo, en definitiva, nos va insensibilizando.
La abundancia ahoga a Dios. Este Dios que me habita. Vamos arrinconándolo hasta que ya no le dejamos espacio de tanto que tenemos. Esta abundancia nos lleva a experimentar la ausencia de Dios, alimentada por la indiferencia más absoluta. ¿Qué me va aportar?
¡Qué difícil es que un rico entre en el reino de los cielos!, más fácil es que un camello entre por una aguja... 
La abundancia nos mata, no da posibilidad a la vida, esa vida que es para todos, y a la que todos aspiramos.
El antídoto. Compartir, repartir. No se trataría de dar lo que nos sobra, aunque sea mucho, sino de devolverles lo que les pertenece. Se trataría de comprometerse  por la justicia, de devolverles la posibilidad de una vida digna a quienes no han tenido esa oportunidad.
En plena crisis, mientras muchas familias lucha por pagar su hipotecas y llegar a final de mes, es un insulto a nuestras inteligencias que algunas cadenas televisivas nos "entretengan" con mujeres ricas y "sus costumbres" o con mansiones a las que el común de los mortales nunca podremos acceder... la abundancia nos atonta y nos anestesia. ¿Qué mundo queremos? ¿Qué ofrecemos? Gracias

No hay comentarios:

Publicar un comentario