
Nadie estamos libres de esta realidad oculta, de la que poco nos gusta hablar... pero ahí está... no tiene orejas puntiagudas, ni cola, ni tridente,... pero ronda en nuestra existencia buscando fisuras, haciendo ofertas ventajosas, que nos apartan de nuestras opciones más vitales, y al final, causamos ese daño no buscado, o sí deseado, quien sabe. Somos vulnerables, y quien no lo acepte, peor será su caída, y más le costará levantarse.
Pero ante esta realidad, nos es necesario aprender a ver el pecado como lo ve Dios. Mientras nosotros intentamos, por un lado, ocultar y disimular el propio, y por otro, condenar y reprochar el ajeno; Dios ve una debilidad a socorrer, ofreciendo esa palabra y gesto oportuno capaz de dignificar a cada uno de nosotros. Lejos de impacientarse, sabe esperar y guardar ese silencio, que necesitamos para aceptar nuestra propia contradicción. En Jesús, encontramos a un Dios que nos quiere por todas partes, por lo bueno y por lo malo, esféricamente. Un amor incondicional capaz de sanar todas las heridas.
Hoy una invitación a no andar por los caminos de la condena, denuncia, desprecio, revanchismo... sino por los caminos más liberadores, de la misericordia, el perdón, la conmiseración, la comprensión... conscientes de nuestra propia realidad frágil y limitada, pero al fin de al cabo, amada. Gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario