En la vida hay momentos en los que uno se plantea la necesidad de un cambio, de hacer algo distinto que nos haga salir del atolladero. Pero, ¿en qué tengo que convertirme? No se trata de dejar, de abandonar, ... sino se trata de abrazar la vida, de apostar y que me devuelva esa alegría, plenitud y sentido que todos buscamos. Solo cambian los que aman.
La experiencia de cambio, de conversión, no es un ejercicio de voluntarismo, sino de pasión. Si mi pasión es Jesús y su proyecto, ¿cómo le doy cabida en mi vida? No es una pregunta retórica, necesita ser contestada.
¿Qué me apasiona de Jesús? Ese recuerdo activo de que es posible amar de otra manera, dignificando, construyendo a la persona, sanando sus heridas, aceptándolas como son, perdonando sus mezquindades, que también son las mías.
Me apasiona un amor que ofrece una amistad desinteresada y estima profunda, cargada de buena noticia... ¡como sólo lo sabe hacer Dios!... Los demás solo somos aprendices...
Esto me apasiona, despierta en mí, el deseo de cambio, de intentarlo una y otra vez, ... he visto, no solo iluminar mi vida, sino la otros muchos, con un amor así.
La renovación de esta pasión, me recuerda que todo no vale, y que todavía hoy, a estas alturas del partido, sigue siendo imprescindible que me desprenda en mi vida de todo aquello que me impide hacer realidad mi sueño, mi pasión, tu proyecto. Actitudes, gestos, dinámicas internas que son incompatibles con el proyecto que quiero abrazar cada día. Soy de dura mollera.
En este camino, no estoy solo. Cuento con tu paciencia incombustible... y con compañeros de camino, a quienes les debo mi agradecimiento por su fraternidad, y por compartir conmigo esa misma pasión. Pero sobretodo, estoy agradecido, a cada joven que has cruzado en este camino, con cada uno nos regalas la oportunidad de hacer realidad tu proyecto, y susurrarme al oído, que cambiar es posible, solo es cuestión de abrazar un proyecto, que despierte nuestra pasión. Gracias y buen comienzo de semana.
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