Hoy fiesta de la Cátedra de San Pedro y pocos días antes de materializarse la renuncia del nuestro Papa Benedicto XVI, es una ocasión para preguntarnos los creyentes ¿qué esperamos del nuevo Papa?¿Quién pudiera ser el candidato ideal?
Leyendo el evangelio de hoy me preguntaba ¿qué vió Jesús de Nazaret en ese pescador tozudo, impulsivo, y a la vez cobarde de Pedro? ¿Qué mirada es necesaria para que donde todos vemos un manojo de imperfecciones, Él viera el líder y continuador de su Proyecto, el reino?¿Acaso existe el Papa perfecto?
Quizá Pedro fue quien se dejó prender, tocar en su fuero más interno por el proyecto de Jesús. Quizá, a pesar de sus muchas inconsistencias (como las que nos acompañan a todos), fue quien se dejó afectar y supo acoger su mensaje como referente de vida para él y su pueblo. Desde luego, en el caso de Pedro, la clave no estuvo en ser un manojo de virtudes y perfección, en el momento más clave de su maestro le negó tres veces. ¿Quién se viera en una de esas? Y sin embargo, Jesús contó con él en todo momento, ¡hermoso!, ¿verdad?
Mientras los medios de comunicación nos aturullarán con las noticias de los papables, al borde del cotilleo, y todas sus múltiples teorías de conspiraciones, tendencias, fuerzas oscuras,... que darían pie a muchos más libros y películas... A los creyentes nos toca acercarnos a este momento con otra mirada... Como la que tuvo Jesús con Pedro, ¿seremos capaces?
Con atrevimiento por mi parte y cariño a esta Iglesia, santa y pecadora (¡gracias a Dios!), quisiera compartir con vosotros cuatro retos a los que toda la Iglesia, y el futuro Papa nos enfrentamos.
1. Apostar por la comunión. Es decir, la común- unión de todos los cristianos, de todos/as los creyentes en Cristo. Redoblar los esfuerzos en la reflexión, el diálogo y la búsqueda conjunta con todas las confesiones cristianas, de ir construyendo esa unidad en lo realmente importante, la persona de Jesús de Nazaret, y su mensaje, el reino de los cielos.
Trabajar por la común-unión también es apostar por una iglesia donde no hay vocaciones de primera y segunda, donde no se clericaliza todo, reconociendo el inestimable e imprescindible aporte de las vocaciones laicales. Trabajar por la común-unión es apostar por la acogida en el seno de la iglesia a todos sin distinción de raza, orientación sexual, o ideas... (¡Basta echar un vistazo a quienes componía el grupo de los discípulos de Jesús!)
2. El ejercicio de un liderazgo espiritual, que despierte el interés, el conocimiento y la pasión por Jesús. Un liderazgo fortalecido con el testimonio de una Iglesia al servicio de los últimos, de los sencillos de los pobres, de quienes sufren y no tienen un referente de felicidad y sentido en sus vidas.
3. Testimonio de servicio y sencillez. En un mundo asediado por el oportunismo, el enriquecimiento ilegítimo o la corrupción, la Iglesia ha de ser germen, levadura, grano de sal, luz en las tinieblas, ofreciendo gestos, acciones, y actitudes, que visualicen, hagan comprensibles esta sencillez y servicio (como la renuncia de un Papa a su puesto, ¿Quién en la actualidad teniendo poder renuncia a él?). Éstas serán profundamente inspiradoras y despertarán el deseo de acercarse a la propuesta de este tal Jesús de Nazaret.
4. Acompañar a los creyentes de la mano, despertar la conciencia de Pueblo de Dios, donde todos podamos recuperar el protagonismo en este proyecto inacabado del reino. Donde hagamos posible el encuentro, el diálogo, la comprensión mutua, el respeto y la fraternidad.
¿Quién nos guía? Un tal Jesús de Nazaret, aunque seamos imperfectos, tozudos, incluso algo cobardes. Es Él quien cada mañana te devuelve esa mira cargada de amor, que nos ayuda a rehacernos cada día despertando lo mejor de cada uno. ¿Y del Papa futuro?, ¡que sea lo que Dios quiera!, a veces eso es lo difícil, dejarle actuar, fiarse.
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