En este nuevo periodo de sede vacante en la Iglesia, parece que se despiertan intrigas, comentarios, opiniones, preguntas, por cierto de lo más peregrinas (¿y si el nuevo Papa es negro?,...), demostrando de nuevo esa superficialidad a la hora de acercarnos, valorar y querer saber...
En este proceso de elección comparto con vosotros esta pregunta, ¿qué Iglesia queremos para el s.XXI? Os propongo un icono, una imagen de Iglesia, representada en estos pocos minutos del vídeo, que de nuevo comparto con vosotros.
Despierta en mí algunos retos a los que como Iglesia del s.XXI, debemos afrontar.
1.Una Iglesia acogedora, casa de todos, sin excepción, capaz de compartir la mesa con los últimos y más olvidados. Una Iglesia capaz de poner todos los medios para dignificar a los más tirados, y desconcertar desde una ternura que no entiende de prejuicios ni privilegios. Estamos urgidos de una Iglesia capaz de hacer gestos que recuerden ese Proyecto de Dios para toda la humanidad, en especial la más herida.
2. Una Iglesia capaz de despojarse de todo aquello que sobra, de tanto ropaje institucional innecesario, de tanto misterio e intrigas, que ocultan el auténtico Misterio: un amor que nunca entendió de barreras... Desprenderse de todo aquello que nos distancia y separa, de lo que divide y discrimina...
3. Una Iglesia que da la cara por los olvidados. Una Iglesia que hace fiesta por la oveja perdida o la moneda encontrada, una Iglesia desprendida conocedora y cercana a los despojados de derechos y oportunidades, preocupada por los amenazados y comprometida por una justicia que haga posible la Paz.
4. Una Iglesia que ejerza un liderazgo evangélico. Donde quienes ostentan el ministerio del episcopado, son primeros testigos "de que una vida que no sirve, no sirve para nada" Un liderazgo inspirado en el Evangelio, que despierte el deseo de vivir y comprometerse con nuestro mundo de otra forma, al estilo de un tal Jesús de Nazaret.
Un liderazgo que potencie la comunión, esa aspiración legítima en esta Iglesia Pueblo de Dios, a expresar de forma corresponsable nuestra propia opción vocacional, donde el laicado pueda vivir su seguimiento a Cristo en la Iglesia con igualdad de dignidad y compromiso.
En definitiva, una Iglesia que logre visibilizar, en su organización, en su estructura, en su misión y en su mensaje, aquello a lo que ha sido llamada: Ser imagen de Cristo en el mundo de hoy.
No nos engañemos, a esto estamos todos los creyentes llamados. Sin duda alguna, el nuevo Papa puede liderar y ayudar ante estos retos, y otros más complejos. Pero somos lo creyentes de a pie quienes hacemos presente esa "Iglesia doméstica", más asequible, y cotidiana.
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